La premisa de que la religión se convierta en un condicionamiento tortuoso en la vida del hombre radica del hecho de imposiciones por parte de la religión, de las que el ser humano no es realmente consciente o no es capaz de cumplirlas, porque tales restricciones limitan la realización de su vida; Lo anterior dicho se expresa en el siguiente suceso acerca de la diferencia entre ética heterónoma y ética autónoma, que estudié alguna vez en un curso de ética de la universidad autónoma de occidente: los latinos venimos de una ética griega que establece que todos los actos deben ser ordenados de acuerdo a una ley natural, una ley heterónoma que es impuesta por un ente del que el hombre no conoce su origen. En una ética heterónoma las leyes son impuestas al hombre por un ente que está por fuera de él, y si él no conoce quién lo rige: ¿Cómo va a ser capaz de cumplir todos los preceptos que le son impuestos?; contrario a la ética heterónoma, encontramos una ética autónoma nacida en el mundo anglosajón y que se presenta totalmente diferente a la latina, pues sus preceptos son fundamentalmente autónomos, nacen del ser, le son impuestos, pero el ser los comprende, los quiere y los cumple, es como un simple contrato donde dos personas establecen cláusulas y si uno llega a fallar el otro tiene la potestad de hacerlo también, de modo que cada persona es capaz de establecer sus leyes. Sin entrar en aguas tan profundas podemos deducir a modo de comparación con la situación de la ética descrita anteriormente que la religión se presenta como heterónoma al ser moderno, como algo que le ha sido impuesto pero el hombre no lo comprende y por eso no logra materializarlo.